El peso de un objeto no lo determina
solamente el peso en sí mismo sino
durante cuánto tiempo lo sostengo. Lo mismo pasa con las preocupaciones,
los pecados, la tristeza, la pereza, la ira o la soberbia… Cuanto más tiempo las cargas más insoportable se hacen y más paraliza
la virtud.
Esto tiene una explicación significativa en
las lecturas de hoy, entre otras muchas cosas porque el Evangelio nos habla de piedras, de pesos y de conciencia.
Aquellas piedras, en las manos acusadoras de
aquellos hombres, apenas les pesaban en el momento de la acusación, pero a
medida que transcurría el tiempo y después
de las palabras de Cristo las tuvieron que soltar porque empezaban a dolerle,
y quizá no en las manos sino en la
conciencia, que es donde más duelen las cosas.
Y lo mismo en la conciencia de aquella
mujer que el mismo Cristo tuvo que descargarla de tanto peso: “En adelante no
peques mas”.